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CUENTO: Zapatero a tus zapatos

  • Sergio Rodriguez
  • 1 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

Desperté asustado por los golpes que provenían del pasillo de la pensión.

Al instante, recordé que era sábado y como todos los sábados, “Don Luis” un viejo cascarrabias pero de mirada dulce y palabras cortas, preparaba “sus cosas” como solía decirme, para armar su puesto en la feria de la plaza. Hace meses, que vengo prometiéndole que un día lo iba a acompañar, y el golpeteo de algún martillo oxidado no me dejaba conciliar el sueño, salte de la cama, abrí la puerta de mi habitación y con grito que pareció más un balbuceo, le dije a Luis.

-Viejito! Esperarme, hoy te acompaño.

Ver el rostro arrugado de aquel hombre, sus manos ajadas por el frio, su cuerpo ya pidiéndole permiso a la vida para desplazarse, me golpeo, fue solo un segundo en el cual levanto su mirada, y con sus ojos, me agradeció esa compañía prometida. A veces creo, que los ruidos, tenían el fin de despertarme.

-Me pego, una duchita rápida, y salgo viejito! Don Luis, acepto con un leve movimiento de cabeza y los ruidos cesaron.

Me bañe rápido, me vestí más rápido aun, no quería demorarlo a don Luis. Agarre mi celular, las llaves y al salir de mi habitación, vi como aquel viejo parecía haber rejuvenecido.

-Dale pibe, que la plaza se llena de puestos, tengo que ir temprano.

Me molestaba que me dijera, pibe, ya tenía cerca de 28 años, estaba estudiando derecho y como diría mi padre, ya tenía pelos en las bolas...

-No tanto pibe, no tanto pibe, además, que para que llegar temprano a la feria, si la gente, los sábados, pasea más cerca del mediodía. Don Luis, me miro de arriba abajo, pareció tragar saliva y como quien escupe tabaco masticado me dijo.

-Sabes que pase Daniel, -Me dijo Daniel, pensé, pero no quise interrumpirlo.

-Ser feriante, es una elección de vida, darles mi tiempo a los vecinos que vienen a buscar sus zapatos es mi ley, por supuesto que si no vendo no tengo para pagar este cuarto de mala muerte, pero ser feriante es otra cosa, no es tener un boliche para remarcar los precios, es sentir al otro cuando te cuenta sus problemas, si supieras las cosas que me entero. Si supieras las cosas que viví. – al terminar esa frase, sus ojos se llenaron de lágrimas,

-Vamos pibe, vamos! – se hace tarde.

Al llegar a la plaza, casi una decena de personas que jamás vi en mi vida, estaba ahí, armado sus puestos, la música festiva, contrastaba con lo gris del cielo, la ronda de mates parecía parte de una liturgia sagrada. Risas, gritos, golpes, niños jugando... todo un mundo que no conocía se me presento.

Don Luis, abrió esa maleta llena de recuerdos, llena de zapatos remendados que debía entregar y fui testigo de cómo personas que venían a buscar sus zapatos se quedaban horas charlando con aquel viejo de manos arrugadas... vi a cientos de personas que ´paseaban por una plaza cualquiera pero que se detenían a husmear en las maravillas que otras personas le entregaban como tesoros bien cuidados. Recuerdo aquel día, cada sábado que ya no me despiertan los ruidos de Don Luis, aquel viejito debe estar remendando los zapatos de los ángeles, pienso, mientras trato de arreglar los mocasines que debo entregar el próximo sábado.


 
 
 

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